Tu hijo esta cuestionando su identidad de género
Mi experiencia acompañando a familias afectadas por la disforia de género me ha demostrado lo doloroso que puede ser para padres y hermanos. Cuando una madre descubre de forma inesperada que su hija de 13 años se identifica como un chico y quiere hacer la transición, surgen preguntas difíciles: ¿Es esto algo pasajero o algo más profundo? ¿Es ético, incluso posible, que mi hija cambie de sexo? ¿Es fiable la ciencia detrás de esto? ¿Cómo sucedió? ¿Qué debo hacer?
¿Cómo deben responder los padres cuando su hijo exclama: «Prefieres tu fe antes que a mí» o «Si no me dejas hacer la transición, me suicidaré»?
Momentos como estos requieren discernimiento, una postura y convicciones bíblicas, y un plan de discipulado intencional. ¿Cómo se ve esto en la práctica? Aquí hay ocho consejos para que los padres tengan en cuenta.
1. Muestra compasión
Cuando Jesús se acercó a los enfermos, confundidos y agotados actuaba con compasión (Mat. 11:28-30; Mar. 1:41; 6:34). Así debemos hacerlo nosotros. Las tasas de depresión, ansiedad y suicidio son alarmantemente altas entre los jóvenes trans* —aquellos cuya identidad de género no se alinea con su sexo biológico—. Es evidente que las personas que experimentan disforia de género están sufriendo.
Pueden sentirse desconectados de su propio cuerpo o sufrir acoso escolar.
Interactuar con un ser querido o amigo en tal situación comienza con escuchar, ser comprensivo y reconocer que contar esa experiencia requirió valentía. Los padres cristianos deben orar con un hijo que esté pasando por esto, ayudándolo a invitar a Jesús a su lucha.
2. Pregunta qué otra cosa sucede
Para los adolescentes, las preguntas sobre el género no surgen de la nada. Ser adolescente siempre ha sido difícil. Además de las presiones propias del desarrollo típico de la adolescencia, los adolescentes de hoy se enfrentan a las presiones sociales y culturales de crecer en una era digital e hipersexualizada que se obsesiona con la identidad. Por este motivo, es prudente y necesario, al cuidar a un adolescente (o adulto) que se identifica como trans*, considerar las afecciones coexistentes como la ansiedad o la depresión antes de tener cualquier conversación sobre la transición.
Como escriben Mark Yarhouse y Julia Sadusky: «Casi siempre recomendamos tratar primero las preocupaciones coexistentes. No queremos que una persona tome decisiones importantes sobre la disforia de género desde un estado de depresión significativa». Al ayudar primero a amigos o seres queridos a abordar otros factores que afectan su salud mental (ansiedad o depresión, dificultades con los compañeros o una imagen corporal negativa), puedes ayudarlos a sentirse más cómodos con su sexo biológico.
3. No te alarmes si los intereses de tu hijo no son los estereotipados
Los padres de niños pequeños no deberían pensar con ansiedad que su hijo o hija sufre de disforia de género simplemente porque no se ajusta a las normas de género típicas. Después de todo, muchos ideales modernos sobre la masculinidad y la feminidad son más estereotipos culturales que verdades bíblicas. Los estereotipos pueden crear confusión y presión innecesarias en los niños a medida que crecen.
La Biblia ofrece contornos para la expresión de género —especialmente en relación con el sexo y el matrimonio— pero dice menos de lo que podríamos pensar sobre las preferencias masculinas y femeninas. Las Escrituras no dicen que a los hombres deban gustarles los deportes y la caza, ni que sean insensibles. Tampoco nos dice la Biblia que las niñas deban vestir de rosa, disfrutar de las muñecas y evitar los juegos bruscos. Si a una niña le gusta el kárate, destaca en matemáticas y prefiere el pelo corto, no significa que sea un niño. Y si a un niño le gusta la danza, destaca en el arte y se deja crecer el pelo, no significa que sea una niña.
Lamentablemente, la disforia de género puede, en ocasiones, ser causada o aumentada por evaluarse a uno mismo—o ser evaluado por otros—según caricaturas. Parte de la angustia asociada con la disforia de género no es inherente a la condición, sino que refleja el rechazo social. Por ejemplo, si un niño se siente rechazado por sus compañeros por no disfrutar de juegos estereotípicos de niños, podría confundir esa angustia con disforia de género.
4. Busca ayuda si la confusión de género persiste
Los estudios demuestran que no es raro que un niño pequeño exprese periódicamente el deseo de ser del sexo opuesto, pero en la mayoría de los casos, este deseo disminuye con la edad. Pero, ¿qué ocurre si la confusión de género de tu hijo se prolonga hasta la pubertad y no muestra señales de disminuir? Si es así, es posible que tu hijo sufra un caso clínico de disforia de género.
Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), la disforia de género afecta solo a una pequeña parte de la población, menos del 0.01% (o menos de una de cada 10.000 personas), e históricamente ha afectado de manera predominante a los varones en la primera infancia.
En cuanto a la evaluación clínica, la Asociación Americana de Psiquiatría establece que un niño debe cumplir seis de estos ocho criterios durante un mínimo de seis meses para que se le diagnostique disforia de género:
- Un fuerte deseo de ser del otro sexo o una insistencia en que uno es del otro sexo.
- Una fuerte preferencia por usar ropa típica del sexo opuesto.
- Una marcada preferencia por los papeles intersexuales en los juegos imaginarios o de fantasía.
- Una fuerte preferencia por los juguetes, juegos o actividades estereotipados del otro sexo.
- Una fuerte preferencia por compañeros de juego del otro sexo.
- Un fuerte rechazo de los juguetes, juegos y actividades típicos del género asignado.
- Una fuerte aversión a la propia anatomía sexual.
- Un fuerte deseo de las características sexuales físicas que coinciden con el género que se experimenta.
Alguien que viva con disforia de género insistente, persistente y constante probablemente experimentará un gran dolor. Los padres creyentes pueden ayudar a sus hijos a buscar lo que les ayude a sobrellevar la situación: participar en una comunidad cristiana sólida, cultivar amistades cristianas amorosas y, tal vez, buscar terapia cristiana o encontrar medios médicos para tratar la depresión y la ansiedad.
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